El amor es cómplice de una entrega mutua. De dar más de lo que tienes, poseer lo que no es tuyo y regalar muestras de paciencia cuando lo único que esperas es que te dejen libre. Muchos relatos se han escrito para descifrar el significado de amar y ser libre, historias prestadas de experiencias pasadas y no repetidas. El caso de…
Tres mujeres conocen de casualidad al mismo chico, ellas interpretando una danza febril manifiestan su cercanía de amor, siendo aún diferentes se enamoran con la misma pasión.
Era de tarde cuando sus ojos, los de ella, comenzaron a guiar ambas historias. Desde ese momento supo que su andar era para siempre. María soñaba que el mundo era dueño de su destino. Ambos compartían tardes enteras frente al lago, que cristalino como su amor extendía sus encantos hasta caer el ocaso.
La otra dama que acompañaba al estudiante entre los pasadizos, siempre fue aplicada en los estudios, le enseño latín mientras ambos esquivaban los salones cual mirada esquiva una sonrisa. Sierva intentaba confundir los comentarios cómplices que hablaban de un romance entre las más de cien personas que asistirían a su boda, una tarde en la cual llovían flecos de nostalgia, pues desde esa fecha morirían entrelazados en un destino propio.
Ella era esclava. Internamente jamás esperó preguntar que quería su hombre. Úrsula siempre pensó que todo lo que no concebía con ella era permisivo y desleal. Ella tiraba de sus deseos y lo suprimía de una manera tan nociva que verlo muerto era mejor a que otra persona respire su aire. El, encantado de la mujer que encontró, apaciguaba su bizarra complejidad argumentando que es parte del amor ser posesión de otro. El se entregó en alma aquella tarde cuando la luna esperaba un permiso para ensombrecer el baile que entre destellos y roció detenía esta historia.
El, de gran porte, descubría una gran belleza al ver su desnudo torso en el lumbral de una habitación, con una sola ventana pero suficientemente amplia para ocultar aquellos ojos huérfanos. Dice que nunca imagino detener su rumbo de marino, de conocer océanos y mares con sus bellas ninfas en la orilla. Entre sus noches a solas, mirando el horizonte mientras sentía el sudor de ella tras el tul que cubría su alcoba, él no ocupaba más texto sobre aquel papel remendado que dio como primera carta de amor al intentar agradar a Sierva María Úrsula. Siempre detenía el escrito, aquella frase lo menguaba: “El amor es un dios cruel, que como toda deidad solo busca apoderarse del hombre y no se detiene hasta verlo muerto”, recordó la frase con e l que alguna vez Humberto, su padre, detuvo el viento.
Él se casó aquella tarde con la misma mujer que concordaba con los estados descritos párrafos arriba. Siempre supo que tenia tres mujeres en el dedo que sujetaba un anillo, una para cada ocasión, la de sentirse amado, poseído y limitado de ser libre, resignado a no ser lo que un día soñó, un pájaro que vio sus alas caer al posar sus miedos en una jaula de cristal.
“Santiago, que vamos a comer hoy. Mierda, respondió el a su esposa, emulando el final de “El coronel no tiene quien le escriba” de García Márquez. Cuantas veces nos cruzamos con estereotipos de féminas que sobrecogen su desdicha acechando al hombre para obtener una respuesta.
È complicato la vita se Lei vuole essere a lato mio, ma lui/lei le vite in un modo comune e senza qualsiasi cosa nuovo.
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